Me gusta trabajar con Angosta.
Es divertido.
A veces nos disputamos
a ver quien es más imbécil.
Nunca queda claro.
Yo sé que es difícil convivir con una imbécil.
Mis hijos también lo saben.
Lo sufren día a día.
Angosta se lleva bien con mis hijos.
Cuando ella se marcha
me encierro en la habitación y me pongo a llorar
porque no puedo más.
Es difícil vivir en un mundo
lleno de caos y confusión.
Para Angosta la vida es sencilla.
No se tiene que ocupar
de comidas, ni de médicos.
Tampoco paga facturas.
Su mundo es fácil.
El mío no.
No lo fue nunca.
Los palos, supongo.
Las malas amistades decía mi madre.
También lo gritó mi padre
cuando le dije que quería ser actriz.
Se echaba las manos a la cabeza.
Se preguntaban, qué habían hecho mal.
Un castigo divino, quizá …
Mi abuela me miraba ojiplática.
Rezaba por mi y me decía
que escuchara a Dios.
Yo le contestaba que lo hacía,
pero a mi manera.
No me entendía.
Cuando tu familia no te entiende
ya nada te puede ir bien.
Un día salí a la calle loca de ira
y descubrí a Angosta.
El resto de la historia es irrelevante.
Formamos un equipo.
No, no me molesta depender de ella.
La amo. No me queda otra.
Ah, Angosta es una payasa
más payasa que yo.